Comentario
Las discrepancias tras la muerte de Muhammad se salvaron mediante la aceptación de Abu Bakr, su suegro y compañero desde los primeros tiempos, como sucesor del Profeta enviado de Dios (califa o jalifat rasul Allah; o bien, como indican algunas investigaciones recientes, jalifat Allah, a secas, esto es, representante de Dios, que tal sería el título primitivo), para dirigir a la comunidad y velar por el cumplimiento de la ley, que ya no tendría cambios, pues la revelación divina estaba completa. La expansión del Islam ocultó y aplazó pero no evitó las querellas internas, que acabarían repercutiendo sobre el futuro de todas las tierras incorporadas durante el mandato de los cuatro primeros califas, Abu Bakr, Umar (634-644), Utman (644-656) y Alí (656-660).
La conquista tuvo diversos frentes y momentos pero aparece a nuestros ojos como un fenómeno único y sorprendente, aunque acaso no hubo más plan de conjunto que el de la simple expansión. Del lado de los invasores cuenta su convicción religiosa, su cohesión guerrera de base tribal, y la fuerza suficiente, que no podemos medir, para vencer. Entre las causas de la debilidad de los invadidos hay que mencionar el agotamiento bélico y financiero de los emperadores bizantino y persa después de las guerras feroces que habían mantenido entre ellos, el empobrecimiento de Siria, Palestina y Mesopotamia como consecuencia de aquellos sucesos, de la presión fiscal e incluso de las epidemias de peste, pues en Siria se constatan tres en los años 614, 628 y 638; en el ámbito bizantino cuenta además, la disociación cultural existente entre el helenismo dominante y las culturas locales, y los enfrentamientos religiosos que causaron gran descontento entre monofisitas y judíos; algo semejante ocurría con los mazdakitas en Persia. El hecho es que apenas había tropas locales para defender las ciudades fortificadas, y mucho menos para presentar batalla campal, y ni uno ni otro imperio podían poner en campaña grandes cuerpos de ejército frente a un enemigo que se caracterizó precisamente por su movilidad, por el control de las rutas, y por su habilidad para rendir puntos fortificados mediante la oferta de capitulaciones benignas que aseguraban el respeto a la situación personal, jurídica, religiosa y administrativa de cristianos, judíos y mazdeos, considerados como protegidos (dimmíes).
No hay que pensar, sin embargo, que la conquista fue un paseo triunfal. Aparte de las grandes batallas, hubo muchos episodios de resistencia y duros enfrentamientos locales. Los árabes derrotaron a los ejércitos del emperador bizantino Heraclio en Adinadeyn (634) y Yarmuk (636): en esta última batalla se sabe que eran 25.000 frente a 50.000 imperiales. Damasco capituló aquel mismo año y Jerusalén en el 638. La conquista de Egipto por el general 'Amr fue también muy rápida, en cierto modo nueva versión de la que los persas habían realizado veinte años antes: en 640 se estableció el campamento fortificado de Fustat, cerca del futuro emplazamiento de El Cairo, y Alejandría capituló en septiembre del año 642. Al año siguiente los árabes estaban en Trípoli, y en el 647 esbozaban un primer ataque contra el exarcado de Cartago. Poco después, conquistaban por primera vez Chipre y Rodas, con barcos sirios, y entraban en Armenia, que resistió parcialmente. Mientras tanto, en el frente mesopotámico y persa la conquista había alcanzado también sus objetivos, a veces tropezando con mayor resistencia a pesar de la profunda descomposición del poder sasánida: las victorias sobre el Eufrates en el 635 y en Kadisiya (637) y la toma de Ctesifón provocaron el dominio de Mesopotamia. Un segundo impulso (batalla de Nehavend, 642) llevó a los árabes a la conquista de Persia, donde las operaciones se prolongaron hasta el Jurasan o frontera noreste, allí murió el último emperador persa, Yazdayird III, en el año 651.
Durante el califato de Utman se alcanzaron los límites de la primera conquista entre el desierto de Cirenaica al Oeste, las cadenas del Taurus y el Cáucaso al Norte y el Asia Central al Noreste. Aquel éxito prodigioso, que sólo encuentra un antecedente lejano en las campañas de Alejandro Magno, se producía sobre amplísimos países cuya historia les predisponía a aceptar la dominación por los pocos efectos nuevos que se esperaban de ella, como de las anteriores: el régimen administrativo y fiscal siguió siendo el mismo y la mayoría de las aristocracias locales colaboraron. No hubo muchos conversos en aquel primer momento y, además, estaban sujetos a la condición de mawali de una u otra tribu árabe. Los conquistadores sustituyeron pronto el beneficio basado en el botín por las asignaciones fijas establecidas en nómina (diwan) que administraba el wali, o 'amir (gobernador de la provincia), basadas tanto en los impuestos como en la limosna legal pagada por los fieles y en las propiedades estatales, que a veces se cedían en usufructo o qat'a.
El ejercicio del poder fue muy flexible en aquellos primeros momentos; los árabes, en general, tendían a reagruparse por afinidades tribales. En Siria, por ejemplo, dominó el clan omeya, muy protegido por el califa 'Utman: a él pertenecía el gobernador Mu'awiya. A mediados de siglo, cuando la conquista tocaba a su fin y se agudizaban las discrepancias en torno a la fijación escrita del Corán y de las tradiciones (hadit), aquellas tomas de posición tenían gran importancia. El califa 'Umar había muerto asesinado en el año 644 y su sucesor 'Utman corrió la misma suerte en el 656 a consecuencia de una conspiración de Ali, que accedió al califato: ocurrió una primera guerra entre facciones (año 656, batalla del camello), en la que triunfó el nuevo califa, pero a continuación tuvo que enfrentarse al movimiento jariyí, que deseaba implantar los principios más radicales e igualitarios de la doctrina del profeta sobre la ´umma, y sólo parcialmente lo derrotó en el año 658. La inestabilidad no cesó: Mu'awiya, sublevado en Siria, accedió al califato en 660, tras el asesinato de 'Ali, pero los partidarios del difunto se reagruparían en torno a sus hijos Hasan y Husayn, reforzando su disidencia política con otra religiosa, el Si'ismo, que estaba llamada a ser la más duradera e importante en el seno del Islam.